viernes, 22 de junio de 2012

Impertinencia Ideológica 2





...continuación...

Consideremos ahora la respuesta de la Liga Espartacista a este dilema.

En una censura furiosísima contra el Partido Socialista por la Igualdad que publicaran en cuatro ejemplares sucesivos de su periódico y que consta de miles de palabras (entre las cuales los adjetivos y adverbios ofensivos constituyen un porcentaje extraordinario), los espartacistas rotundamente niegan que existen razones objetivas para el fracaso de los sindicatos.

Más bien todo se explica por “la política derrotista y traidora de los falsos dirigentes de la AFL-CIO” [Federación Laborista Estadounidense-Congreso de Organizaciones Industriales].

Es casi imposible imaginar una explicación más trillada.

¡Un paleontólogo podría declarar igualmente que los dinosaurios se extinguieron porque no tenían ganas de seguir viviendo!

Los espartacistas rehusan explicar por qué los dinosaurios en la dirigencia de la AFL-CIO decidieron seguir una “política derrotista y traidora”.

¿Acaso son simplemente gente vil?

Y si son tan malévolos, ¿cómo es que tantos llegaron a ocupar la dirigencia de los sindicatos, no sólo en Los Estados Unidos sino en todo el mundo?

¿Existe algo en la propia índole de los sindicatos que los hace atraer a tanta gente vil que entonces decide seguir una “política derrotista y traidora?"

Podríamos hacernos otra pregunta:

¿De qué cualidad goza la Liga Espartacista que la obliga a respaldar con tanto entusiasmo organizaciones que atraen a tanta gente vil que se consagra a traicionar y derrotar a los obreros que presuntamente representan?”

El problema con el análisis subjetivo no es que éste sólo impide lidiar con todo problema verdaderamente difícil, sino que le permite a la Liga Espartacista y a otros grupos radicales—a pesar de sus abusos verbales contra los “dirigentes falsos”— dejar abierta la posibilidad que los dirigentes sindicalistas algún día encuentren su redención y, como consecuencia, a apoyar la subordinación perenne de la clase obrera a los sindicatos y, por consiguiente, a los mismos “dirigentes falsos”.

Peter Taaffe, dirigente principal del Partido Socialista Británico, que anteriormente se conociera como la Tendencia Militante, ha explicado esta perspectiva detalladamente en un artículo. [1]

El Sr. Taaffe produce un efecto más cómico que convincente cuando usa la fraseología radical para cubrir su servilismo a la burocracia laborista.

Para comenzar, ofrece una breve lista de los países donde los funcionarios sindicalistas han cometido traiciones atroces contra la clase obrera.

Igual que Luis, jefe de la policía en la película Casablanca, la corrupción que rodea a Taaffe lo horroriza profundamente, inclusive cuando la burocracia lo soborna políticamente.

Taaffe nos informa que el comportamiento de los funcionarios sindicalistas suecos ha sido un escándalo; que el de los burócratas belgas es “descarado y abierto”; que la participación de los dirigentes irlandeses en el “escándalo de la traición” es espectacular; que en la Gran Bretaña los trabajadores “han pagado un precio muy caro por la impotencia de sus dirigentes derechistas”.

Y penosamente nota la capitulación de los dirigentes sindicalistas en Brasil, Grecia y Los Estados Unidos.

Taffe no va más allá que decir que el problema de los sindicatos es que a los dirigentes les falta talento y sufren de una ideología falsa: aceptar el mercado capitalista.

Las organizaciones son esencialmente sanas.

Basándose en este análisis subjetivo, Taaffe critica a “pequeños grupos de la izquierda”, pero a quien verdaderamente se refiere son las secciones del Comité Internacional, las cuales, con Trotsky de respaldo, insisten que las traiciones que los sindicatos han cometido expresan una tendencia objetiva fundamental de su desarrollo.

De acuerdo a Taaffe, esta manera de plantear el problema es muy limitada y erra en no reconocer que los dirigentes sindicalistas derechistas, “bajo la presión de una clase obrera lista para batallar”, pueden “ser forzados a separarse del estado y a encabezar un movimiento de oposición obrera”.

Por consiguiente, escribe Taaffe, “la tendencia principal durante el próximo período” en la Gran Bretaña y doquier serán los obreros “obligando a los sindicatos a luchar por ellos”.

El destino de la clase obrera depende de “la regeneración de los sindicatos”.

Cierta facción del difunto Partido Revolucionario de los Trabajadores [Workers Revolutionary Party] promueve una lógica similar.

Insiste que hay que evitar a todo costo cualquier lucha por crear nuevas formas de organización obrera que se opongan al dominio de los sindicatos.

"Todos los argumentos simplistas que glorifican a las bases y que insisten en la abstracción, que los líderes están en camoa con el estado y que es reaccionario crear alternativas ligadas entre sí será totalmente incapaz de comprender la nueva situación."[2]

No poseo ninguna información especial acerca de las visitas nocturnas que los funcionarios sindicales británicos o de cualquier otro país hagan, pero el oportunismo que practican no tienen nada de "abstracto."

Al contrario; los patronos y el estado a diario le piden a los funcionarios sindicalistas que rindan sus servicios traicioneros.

Los primeros rara vez se desencantan.

La posibilidad de una redención de los sindicatos en el futuro parece todavía menos posible cuando se comprende que las características y atributos de las burocracias dirigentes manifiestan, de manera subjetiva, características y procesos sociales objetivos.

Las críticas contra los dirigentes sindicalistas so sólo se permiten, sino que son necesarias— siempre que no sean una simple sustitución de un análisis profundo de la naturaleza del sindicalismo.

Una forma social determinada


Nuestro objetivo hoy, pues, es iniciar un estudio del sindicalismo.

Nos basamos en un repaso histórico de ciertas etapas en la evolución de esta estructura específica del movimiento obrero.

Como ya he dicho, el movimiento socialista ha acumulado, durante más de ciento cincuenta años, una masa enorme de experiencia histórica.

Esta experiencia justifica que los socialistas se declaren a sí mismos los mejores y más tristes peritos sobre el tema del sindicalismo.

No es nuestra intención sugerir que el sindicalismo representa un error histórico que nunca debió haber ocurrido.

Sería bastante ridículo sostener que un fenómeno tan universal como el sindicalismo carece de raíces profundas en la estructura socioeconómica del capitalismo.

No hay duda que existe un vínculo cierto entre el sindicalismo y la lucha de clases, pero sólo en el sentido que la organización de los obreros dentro de los sindicatos deriva su impulso objetivo de la existencia de un conflicto concreto entre los intereses materiales de los patronos y los de los obreros.

De ninguna manera se puede concluir de este hecho objetivo que los sindicatos, como estructuras organizacionales específicas determinadas socialmente, se identifican con, o buscan llevar adelante, la lucha de clases (a la cual, en el sentido histórico, le deben su existencia).

Más bien, la historia nos muestra pruebas contundentes que los sindicatos se han consagrado más a la supresión de la lucha de clases que a otra cosa.

La expresión más intensa y avanzada de la tendencia de los sindicatos a suprimir la lucha de clases está en su actitud hacia el movimiento socialista.

No existe ilusión más trágica, sobre todo para los socialistas, que la que se imagina que los sindicatos son aliados confiables, e inevitables, en la lucha contra el capitalismo.

La evolución orgánica del sindicalismo no procede en dirección al socialismo, sino en su contra.

No obstante las circunstancias de sus orígenes, aun cuando los sindicatos en uno que otro país le hayan debido su existencia directamente al impulso y dirigencia que los socialistas revolucionarios le brindaron, la evolución y consolidación de los sindicatos invariablemente acaban resistiendo ese tutelaje socialista y produciendo esfuerzos decididos para zafarse de éste.

Para poder entender la esencia del sindicalismo, necesitamos explicar esa tendencia.

Debemos mantener en cuenta que cuando estudiamos al sindicalismo, estamos analizando una organización social particular.

No se trata de una colección adventicia de individuos, amorfa y fortuita, sino de una conexión entre gente organizada en clases y arraigada en ciertas relaciones específicas de producción que han evolucionado históricamente.

Es también imprescindible que reflejemos sobre la índole de la forma misma.

Todos sabemos que existe una relación entre forma y contenido.

Esta relación por lo general se concibe como si forma fuera simplemente la expresión de contenido.

Desde ese punto de vista, la estructura social podría conceptualizarse como mera expresión superficial, plástica e infinitamente maleable, de las relaciones sobre las cuales se basa.

Pero las formas sociales pueden comprenderse más a fondo si se les considera elementos dinámicos en el proceso histórico.

Decir que “el contenido toma forma” significa que la forma le imparte cualidades y características bien definidas al contenido que la expresa.

Es a través de la forma que el contenido existe y evoluciona.

Quizás sea posible clarificar el propósito de este desvío hacia la esfera de las abstracciones y categorías filosóficas haciendo referencia a ese famoso trozo del primer capítulo del primer tomo de El Capital, donde Marx pregunta lo siguiente:

“¿De dónde mana, pues, el carácter enigmático del producto de la mano de obra una vez que ésta asume la forma de mercancía?

Obviamente de la forma misma”.

Es decir, cuando un producto de la mano de obra asume la forma de mercancía—transformación que ocurre sólo durante cierta etapa de la sociedad—éste adquiere una cualidad muy peculiar y fetichista que antes no existía.

Una vez que las mercancías se venden y se compran en el mercado, las verdaderas relaciones entre la gente, de las cuales las mercancías mismas son producto, necesariamente asumen la apariencia de relación entre cosas.

El producto de la mano de obra es el producto de la mano de obra, pero una vez que asume la forma de mercancía dentro de las restricciones establecidas por las nuevas relaciones de producción, ésta adquiere propiedades sociales nuevas y extraordinarias”.

De la misma manera, una asociación de trabajadores no significa más que una asociación de trabajadores.

Pero cuando esta asociación se convierte en sindicato, adquiere, a través de esa forma, propiedades muy nuevas y diferentes a las cuales los trabajadores inevitablemente se subordinan.

¿Qué queremos precisamente decir con esto?

Los sindicatos representan a la clase obrera en un papel socioeconómico muy determinado: como vendedores de cierta mercancía, en este caso la fuerza de trabajo.

Puesto que ha nacido de las relaciones de producción y formas de propiedad del capitalismo, el objetivo esencial de los sindicatos es asegurarle a esta mercancía el mejor precio que se pueda obtener bajo las condiciones prevalentes del mercado.

Por supuesto, existe una gran diferencia entre lo que acabo de describir en términos teóricos entre “el objetivo esencial” de los sindicatos y sus actividades en la vida real.

La realidad práctica—es decir, la traición diaria de los intereses más elementales de la clase obrera—corresponde muy poco a la “norma” teórica que se ha concebido.

Esta divergencia no contradice el concepto teórico, pero es en sí misma el resultado de la función objetiva socioeconómica de los sindicatos.

Al basarse sobre las relaciones de producción capitalistas, la misma esencia de los sindicatos los obliga a adoptar una actitud fundamentalmente hostil hacia la lucha de clases.

Al consagrar sus esfuerzos en asegurar contratos con los patronos que fijan el precio de la fuerza de trabajo y determinan las condiciones generales en que la plusvalía se le extrae a los obreros, los sindicatos se ven obligados a garantizar que sus miembros suministrarán su fuerza de labor según las condiciones impuestas por los contratos que se han negociado.

Como Gramsci notara:

“El sindicato representa lo lícito y tiene que obligar a sus miembros a respetar esa legalidad”.

Cuando la legalidad se defiende, la lucha de clases se suprime.

Esto significa que los sindicatos, debido a su naturaleza, terminan por socavar su propia habilidad de lograr aun aquellos objetivos circunscritos a los cuales han dedicado oficialmente sus esfuerzos.

He ahí la contradicción sobre la cual el sindicalismo se estrella.

Debemos hacer hincapié en otro punto: el conflicto entre el sindicalismo y el movimiento revolucionario en ningún sentido fundamental surge de las imperfecciones y defectos de los dirigentes sindicalistas (aunque estas cualidades existen en abundancia), sino de la misma esencia de los propios sindicatos.

En el núcleo de este conflicto se puede encontrar la oposición orgánica de los sindicatos al desarrollo y la extensión de la lucha de clases.

Esta oposición se hace mucho más acérrima, amarga y mortífera justo cuando la lucha de clases amenaza las relaciones de producción del capitalismo, las bases socioeconómicas del sindicalismo mismo.

Esa oposición tiene al movimiento socialista de blanco, pues éste representa a la clase obrera como antítesis revolucionaria a las relaciones de producción capitalistas, no como vendedor de la fuerza de trabajo, que es un papel muy limitado.

La historia verifica concluyentemente estos dos aspectos críticos y esenciales de los sindicatos.

También verifica la tendencia de éstos a suprimir la lucha de clases y su hostilidad al movimiento socialista.

La historia del movimiento sindicalista en Inglaterra y en Alemania nos enseña lecciones importantes que nos abrirán paso.

...continuara...

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