domingo, 10 de mayo de 2009

Los Veraces, los Hómoioi; Moral y Poder.

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En mi peregrinación a través de las numerosas morales, más delicadas y más groseras, que hasta ahora han dominado en la tierra, he encontrado ciertos rasgos que se repiten juntos y que se coligan entre sí de modo regular: hasta que por fin se me han revelado dos tipos básicos, y se ha puesto de relieve una diferencia fundamental. Hay una moral de señores y una moral de esclavos, - me apresuro a añadir que en todas las culturas más altas y más mezcladas aparecen también intentos de mediación entre ambas morales, y que con mayor frecuencia aún aparecen la confusión de las mismas y su recíproco malentendido, y hasta a veces una ruda yuxtaposición entre ellas - incluso en el mismo hombre, dentro de una sola alma.

Las diferenciaciones morales de los valores han surgido bien entre una especie dominante, la cual adquirió conciencia, con un sentimiento de bienestar, de su diferencia frente a la especie dominada - o bien entre los dominados, los esclavos y los subordinados de todo grado. En el primer caso, cuando los dominadores son quienes definen el concepto "bueno", son los estados anímicos elevados y orgullosos los que son sentidos como aquello que se distingue y que determina la jerarquía. El hombre aristocrático separa de sí a aquellos seres en los que se expresa lo contrario de tales estados elevados y orgullosos: los desprecia. Obsérvese en seguida que en esta primera especie de moral la antítesis "bueno" y "malo" es sinónima de "aristocrático" y "despreciable": - la antítesis "bueno" y "malvado" es de otra procedencia. Es despreciado el cobarde, el miedoso, el mezquino, el que piensa en la estrecha utilidad; también el desconfiado de mirada servil, el que se rebaja a sí mismo, la especie canina de hombre que se deja maltratar, el adulador que pordiosea, sobre todo el mentiroso: - creencia fundamental de todos los aristócratas es que el pueblo vulgar es mentiroso.

"Nosotros los veraces" - éste es el nombre que se daban a sí mismos los nobles en la antigua Grecia. Es evidente que las calificaciones morales de los valores se aplicaron en todas partes primero a seres humanos, y sólo de manera derivada y tardía a acciones: por lo cual constituye un craso desacierto el que los historiadores de la moral partan preguntas como ¿por qué ha sido alabada la acción compasiva?" la especie aristocrática de hombre se siente a sí misma como determinadora de los valores, no tiene necesidad de dejarse autorizar, su juicio es "lo que me es perjudicial a mí, es perjudicial en sí", sabe que ella es la que otorga dignidad en absoluto a las cosas, ella es creadora de valores. Todo lo que conoce que hay en ella misma honra: semejante moral es autoglorificación. En primer plano se encuentran el sentimiento de la plenitud, del poder, que quiere desbordarse, al felicidad de la tensión elevada, la conciencia de una riqueza que quisiera regalar y repartir: - también el hombre aristocrático socorre al desgraciado, pero no, o casi no, por compasión, sino más bien por un impulso engendrado por el exceso de poder. El hombre aristocrático honra en sí mismo al poderoso, también al poderoso que tiene poder sobre él, que es diestro en hablar y en callar, que se complace en ser riguroso y duro consigo mismo y siente veneración por todo lo riguroso y duro. "Wotan me ha puesto un corazón duro en el pecho", dícese en una antigua saga escandinava: ésta es la poesía que brotaba, con todo derecho, del alma de un vikingo orgulloso. Semejante especie de hombre se siente orgullosa cabalmente de no estar hecha para la compasión: por ello el héroe de la saga añade, con torno de admonición, "el que ya de joven no tiene un corazón duro, no o tendrá nunca". Los aristócratas y valientes que así piensan están lo más lejos que quepa imaginar de aquella moral que ve el indicio de lo moral cabalmente en la compasión, o en el obrar pro lo demás, o en el désintéressement (desinterés); la fe en sí mismo, el orgullo de sí mismo, una radicalidad hostilidad y una ironía frente al desinterés forman parte de la moral aristocrática, exactamente del mismo modo que un ligero menosprecio y cautela frente a los sentimientos de simpatía y el "corazón cálido". - Los poderosos son los que entienden de honrar, esto constituye su arte peculiar, su reino de la invención. El profundo respeto por la vejez y por la tradición - el derecho entero se apoya en ese doble respeto -, la fe y el prejuicio favorables para con los venideros son típicos en la moral de los poderosos; y cuando, a la inversa, los hombres de las "ideas modernas" creen de modo casi instintivo en el "progreso" y en "el futuro" y tienen cada vez menos respeto a la vejez, esto delata ya suficientemente la procedencia no aristocrática de esas "ideas".

Pero lo que más hace que al gusto actual le resulte extraña y penosa una moral de dominadores es la tesis básica de ésta de que sólo frente a los seres de rango inferior, frente a todo lo extraño, es lícito actuar como mejor parezca, o "como quiera el corazón", y, en todo caso, "más allá del bien y del mal" -: acaso aquí tengan su sitio la compasión y otras cosas del mismo tipo. La capacidad y el deber de sentir un agradecimiento prolongado y una venganza prolongada - ambas cosas, sólo entre iguales-, la sutileza en la represalia, el refinamiento conceptual en la amistad, una cierta necesidad de tener enemigos (como canales de desagüe, por así decirlo, para los afectos, denominados envidia, belicosidad, altivez - en el fondo, para poder ser buen amigo): todos ésos son caracteres típicos de la moral aristocrática, la cual, como ya hemos insinuado, no es la moral de las "ideas modernas", por lo cual hoy resulta difícil sentirla, y también es difícil desenterrarla y descubrirla. - Las cosas ocurren e modo distinto en el segundo tipo de moral, la moral de esclavos. Suponiendo que los atropellados, los oprimidos, los dolientes, los serviles, los inseguros y cansados de sí mismo moralicen.: ¿cuál será el carácter común de sus valoraciones morales?

Probablemente se expresará aquí una suspicacia pesimista frente a la entera situación el hombre, tal vez una condena del hombre, así como de la situación del mismo. La morada del esclavo no ve con buenos ojos las virtudes del poderoso: esa mirada posee escepticismo y desconfianza, es sutil en su desconfianza frente a todo lo "bueno" que allí es honrado -, quisiera convencerse de que la misma felicidad no es allí auténtica.

A la inversa, las propiedades que sirven para aliviar la existencia de quienes sufren son puestas de relieve e inundadas de luz: es a la compasión, a la mano afable y socorredora, al corazón cálido, a la paciencia, a la diligencia, a la humildad, a la amabilidad a lo que aquí se honra, pues éstas son aquí las propiedades más útiles y casi los únicos medios para soportar la presión de la existencia. La moral de esclavos es, en lo esencial, una moral de la utilidad. Aquí reside el hogar donde tuvo su génesis aquellas famosa antítesis "bueno" y "malvado": - se considera que del mal forma parte el poder y la peligrosidad, así como una cierta terribilidad y una sutilidad y fortaleza que no permiten que aparezca el desprecio. Así, pues, según la moral de esclavos, el "malvado" inspira temor; según la moral de señores es cabalmente el "bueno" el que inspira t quiere inspirar temor, mientras que le hombre "malo" es sentido como despreciable. La antítesis llega a su cumbre cuando, de acuerdo con la consecuencia propia de la moral de los esclavos, un soplo de menosprecio acaba por adherirse también al "bueno" de esa moral - menosprecio que puede ser ligero y benévolo -, porque, dentro del modo de pensar de los esclavos, el bueno tiene que ser en todo casi el hombre no peligroso: es bonachón, fácil de engañar, acaso un poco estúpido, un bonhomme (un buen hombre).

En todos los lugares en que la moral de esclavos consigue la preponderancia, el idioma muestra una tendencia a aproximar entre sí las palabras "bueno" y "estúpido". - Una última diferencia fundamental: el anhelo de libertad, el instinto de la felicidad y de las sutilezas del sentimiento de libertad forman parte de la moral y de la moralidad de esclavos con la misma necesidad con que el arte y el entusiasmo en la veneración, en la entrega, son el síntoma normal de un modo aristocrático de pensar y valorar. - Ya esto nos hace entender por qué el amor como pasión - es nuestra especialidad europea - tiene que tener sencillamente una procedencia aristocrática: como es sabido, su invención es obra de los poetas-caballeros provenzales, de aquellos magníficos e ingeniosos hombres del "gai saber", a los cuales Europa debe tantas cosas y casi su propia existencia. -

En: Nietzsche, Friedrich: Más allá del bien y del mal. 
Madrid, Alianza, 1972, pp. 222-226.

http://www.demasiadohumano.com.ar/nietzsche_moral-mas260.htm

 

 

Danza con Lobos

Mientras se anunciaban los nombres de las listas, los dos vicepresidentes de la era K participaron en la Feria del Libro de la presentación del último libro del periodista Nelson Castro, columnista de PERFIL, La sorprendente historia de los vicepresidentes argentinos. El gobernador Daniel Scioli y Julio Cobos contaron anécdotas sobre sus relaciones con el matrimonio presidencial.

El libro de Castro da detalles inéditos sobre el rol de los diferentes vicepresidentes de la Argentina, los primeros en la línea de sucesión desde la época de Bartolomé Mitre hasta la actualidad. Un interesante relato histórico de traiciones, desplantes y lealtades. El periodista Joaquín Morales Solá y Magdalena Ruiz Guiñazú fueron los moderadores del debate.

El encuentro se realizó en la Sala José Hernández, aunque estaba previsto que se realice en la Sala Julio Cortázar, pero la gran cantidad de público derivó en el cambio de escenario.

El gobernador bonaerense fue el primero en llegar al encuentro. Y recibió del público un moderado aplauso y algunos abucheos y silbidos. El segundo en entrar a la mesa del debate fue el actual vicepresidente, que se ganó un caluroso y extenso aplauso.

“Vine a ver si alguno de ellos la pasó mejor que yo”, dijo Cobos cuando llegó a la sala donde estaba por comenzar la conferencia, a la que acudieron más de 500 porsonas.

A pedido de los asesores del vicepresidente, los organizadores sentaron a Castro entre Cobos y Scioli. El objetivo del pedido era evitar que ambos dirigentes pudieran aparecer solos en una foto. Quienes sí se animaron a estar juntas fueron sus respectivas esposas, Cristina Cerutti y Karina Rabolini.

“Me he dado cuenta de que los vicepresidentes son más honestos y respetuosos que los presidentes”, dijo Morales Solá cuando tomó la palabra para comenzar con el debate.

Los moderadores le cedieron la palabra al vicepresidente, pero Cobos, con un tono cortés, le cedió la palabra a Scioli. El gobernador de Buenos Aires reconoció que al principio de su mandato como segundo de Néstor Kirchner le costó llevar la relación. “Don Raúl (Alfonsín) fue una suerte de consultor, le pregunté qué era lo que un presidente necesitaba de su vicepresidente”, explicó el mandatario bonaerense después de decir: “Me llevó un tiempo encontrar mi papel como vicepresidente”.

A su turno, Cobos comentó que antes de asumir como vicepresidente compartió “una hermosa cena con Scioli, donde desplegó su experiencia durante la presidencia de Néstor Kirchner”. El ex gobernador de Mendoza aclaró que “las circunstancias y los episodios” que les tocaron vivir a él y a Scioli “fueron diferentes”.

Durante la conferencia, el vicepresidente reconoció que mantuvo diferencias con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. “Lo hice pensando en el bienestar del país”, destacó.

Ambos dirigentes se retiraron casi al mismo tiempo. Mientras que a Scioli el público que se le cruzaba le exigía “más seguridad en las calles”, a Julio Cobos le pedían que posara para las fotos. 


http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0363/articulo.php?art=14372&ed=0363


Uno se preocupa por el mejor Perfil, y el otro por dar la Cara, aunque se corra el riesgo de que te la llenen de dedos. 

Memoria y literatura.

Santiago Llach tuvo la delicadeza de avisarme sobre un necesario emprendimiento, en papel, de textos sobre los últimos 25 años.

 

Amigos, ya está en librerías Los días que vivimos en peligro (Emecé), una antología de relatos que preparamos con Juan Diego Incardona y en la que 16 escritores cuentan las últimas décadas de la historia argentina desde la ficción. 

Los días que vivimos en peligro

16 escritores argentinos narran los hechos que conmovieron al país (1982-2008)

http://losdiasquevivimosenpeligro.blogspot.com/

Dieciséis escritores argentinos narran, desde una perspectiva subjetiva, los hechos que conmovieron al país. Entre la ocupación de las Islas Malvinas (1982) y el conflicto del gobierno con el campo (2008), el libro arma un fresco de los 25 años de democracia, vistos desde los ojos de la ficción. En la frontera peligrosa de la literatura y la política, el libro revisa la historia a través de esos días en que todo parece suspenderse y caer.

 

Malvinas * Juicio a las Juntas * Alzamiento de Semana Santa * La Tablada * Saqueos e hiperinflación * Seineldín * Doping de Maradona * Voladura de la Amia * Río Tercero * Yabrán * Torres Gemelas *   19/20 de diciembre de 2001 * Kosteki y Santillán * Cromañón * Batalla de San Vicente * Conflicto gobierno - campo

 

 

La mañana del robot, Pablo Plotkin

Gengis Khan, Leonardo Oyola

Anteúltima cita, Elsa Drucaroff

Semana Santa, Martín Kohan

Licenciada en rubores, Laura Ramos

Primavera a remolque, Carlos Martín Eguía

Las dos vidas de Maxi Kaplan, Hernán Iglesias Illa

La muerte de un autor, Diego Sánchez

Los ojos más azules de Texas, Mariana Enriquez

La disciplina, Juan Leotta

El título, Federico Jeanmaire

Los hechos de Mayo, Martín Prieto

El Señor Cara de Lechuza, Washington Cucurto

Elige tu propia aventura, Ana Wajszczuk

Te lo digo muy off the record, Esteban Schmidt

San Vicentico, Sol Prieto