lunes, 20 de abril de 2009

Burguesías y la Comuna de Paris, mucho más ameno que Marx.


Dedicado a Mister Groncho, hacer clic aquí.

 

Cuando tenía 13 años me regalaron uno de los grandes cuentos de la literatura universal.

Me recomendaron que dejara las hormonas de lado en la segunda lectura, en la primera a esa edad es imposible, y le prestara atención a los comportamientos de clase.

A pesar de haber pasado cien años, seguía siendo la mejor descripción de las diferentes Burguesías.

Gracias a esa lectura comprendí las limitaciones de los burgueses revolucionarios, aunque coqueteen con lo popular, siempre terminan compartiendo con los de SU clase.

Todos conocemos a los Cornudet, que pasan del Blanquísimo al estrado de Fiscales del populismo.

Compartiendo los prejuicios y calificaciones con la Reacción, no importa si esta es Uriburu, Rojas, Albano Harguindeguy o Mauricio Macri.

Todo lo que huela a Organización Popular, y exija comprensión, es una trama fascista o mafiosa, según la moda ideológica del momento.

Élisabeth Rousset es la antiheroina por excelencia, a quien la Burguesía vive exigiendo los “sacrificios necesarios” para el “bien común”, pero cuando llega el momento del reparto siempre se la deja a un lado.

Unos, porque es desagradable a la vista, mientras que otros se dedican a la Revolución de café como deporte; solo les interesa "Épater le Bourgeois", como decía Flaubert.

Cuarenta años mas tarde los comportamientos siguen siendo los mismos, el eje Derechas e Izquierdas comparten el horror ante lo impresentable.

Haciendo clic aquí, accederán al texto.

Elecciones y Operaciones Mediáticas en tiempos de la Republica.

"Por supuesto que no", dijo un contralmirante en actividad, calmosamente. 

"No hay ningún golpe inminente. 

Pero el gobierno tampoco hace nada por evitarlo." 

Un pronunciamiento militar contra el poder civil suele ser la consecuencia de una ruptura violenta, de un mutuo desgaste o de dos actitudes inconciliables frente a un mismo problema. 

Las dos primeras hipótesis no parecen posibles, porque el diálogo entre el Gobierno y Fuerzas Armadas sigue siendo nulo, y para que haya pelea, cualquier forma de contacto es imprescindible. 

Sólo la tercera disyuntiva podría cumplirse, a través de algunas variantes previsibles. 

Hay tres: la convocatoria a elecciones provinciales en 1967 para renovar Gobernadores; la pasividad oficial ante las insurrecciones izquierdistas en América latina y la politización de los claustros universitarios.

De todas ellas, la más peligrosa es ciertamente la primera, debido a la posibilidad de que el peronismo triunfe en estados claves como Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. 

De ocurrir esto, un frente golpista capitaneado por los militares de alta graduación precipitaría la caída del gobierno o por lo menos la remoción de sus figuras claves. 

Así se desprende de las recientes declaraciones públicas formuladas por los oficiales durante los festejos de la Revolución Libertadora. 

Para evitar una situación semejante, se ha recurrido a una medicina preventiva: la advertencia. 

"No vamos a custodiar comicios que tal vez al día siguiente desconozcamos", dijeron al ministro de Defensa, Leopoldo Suárez, en un almuerzo varios jefes con mando. 

Inevitablemente el gobierno deberá consultar a los cuadros castrenses para obtener la custodia de esos comicios, 

Y ese será el momento de la reiniciación del diálogo (no hay otro anterior previsto) entre el Poder Ejecutivo y las autoridades militares, desde que la obsesión legalista impuesta por el triunfo azul lo interrumpiera hace dos anos. 

Antes de que esto ocurra, de no mediar causas imprevisibles, Gobierno y Fuerzas Armadas seguirán estudiándose de cerca. 

Para esa fecha, los jefes militares habrán hecho un acopio suficiente de fracasos administrativos y políticos de la gestión gubernamental que sirvan para reforzar sus exigencias. 

Se anotarán en esa carpeta la "radicalización" de la función pública, la deficitaria reestructuración de los ferrocarriles, la paralización de las inversiones extranjeras, la importación de petróleo y la falta de ejecutividad.

También figurarán en el temario los problemas, políticos: el avance de las ideas comunistas que —según los militares— han invadido el claustro universitario y la radiodifusión, y la riesgosa actitud de expectativa ante las rebeliones izquierdistas en el continente.

Pero estas dos acusaciones, apuntadas como variantes de un posible planteo, difícilmente puedan concretarse antes de 1967.

El memorándum que algunos oficiales hicieron circular entre altos funcionarios, solicitando la intervención da la Universidad de Buenos Aires, llegó a manos del Presidente Illia pero sólo por la vía extraoficial, pues nadie quiso asumir la responsabilidad de presentarlo. 

Y los temores de que el gobierno embandere su política exterior con el apoyo a una revolución izquierdista son muy remotas: no es su estilo adoptar decisiones comprometedoras.

Lo único que quedará fuera será precisamente uno de los problemas que más irrita a los militares: la presencia de un gobierno paralelo capitaneado por el Comité Nacional del radicalismo del Pueblo. 

La figura de Ricardo Balbín es, quizá, más criticable que la del propio Presidente Illia para las Fuerzas Armadas, pero su investidura es invulnerable.

Desestimadas todas las posibilidades de un golpe inminente, a las que se agrega ahora la proximidad de las maniobras militares de fin de año y los pases y cambios de destino, el gobierno duerme tranquilo. 

Pero sus sueños no impiden que la realidad se complique cada vez más. 

La reciente advertencia del Secretario de Guerra fue muy clara: 

"Los enemigos de la Nación no deben gozar, para derribarla, de los mismos derechos y libertades que corresponden a quienes trabajan para engrandecerla. 

El Ejército confía en que quienes tienen la responsabilidad de la conducción del país, no admitirán el resurgimiento de sistemas que buscan la supresión de la Democracia. 

Si así no fuera, resurgirá el espíritu que generó la Revolución Libertadora. 

Nuestros cuadros mantienen en todo su vigor la antorcha de la libertad y la actitud para oponerse a cualquier posibilidad que constituya un riesgo. 

El Ejército anhela que aquellos que ocupan posiciones políticas espectables honren con su quehacer su proclamada vocación democrática", dijo el general Ignacio Avalos en el homenaje a la sedición de 1955.

Ese mismo día, pocas horas después, el almirante Isaac Rojas descargó una amenaza parecida: 

"La vigencia de los principios de la Revolución Libertadora es tal que la paz terminará en cuanto se los quiera negociar". 

Simultáneamente, en Córdoba, el general Arturo Ossorio Arana sentenciaba: 

"La pretensión de retorno debe ser disipada cuanto antes, y de raíz". 

Para materializarlo, abogó por el mantenimiento de la unidad de las Fuerzas Armadas.

Al día siguiente, los sueños oficialistas se convirtieron en abrumadoras pesadillas que comenzaron a inquietar a los estrategos políticos, 

"La única manera de adelantarse a un triunfo peronista es neutralizarlo por anticipado", se escuchó decir en una de esas reuniones. 

Y la mejor manera parece ser la de admitir candidatos extraídos del peronismo político: 

"Un gobernador desvinculado de las ataduras sindicales es más potable para las Fuerzas Armadas". 

Los nombres de Raúl Matera y Alfredo Gómez Morales fueron girados con la misma aceptación con que un general de brigada en actividad propuso los de varios oficiales retirados.

La única posibilidad radica ahora en que la lista de candidatos surja de una elección interna, donde Augusto Vandor y Andrés Framini sean desplazados. 

Los esfuerzos del radicalismo del Pueblo convergen hacia un solo objetivo: pactar con el peronismo antes que con las Fuerzas Armadas.

Pero esta maniobra ha sido advertida por algunos generales: 

"En las filas del oficialismo existe una clara lucha entre los partidarios de la Revolución Libertadora y quienes desean confraternizar con el peronismo", reveló el general Emilio Bonnecarrére, 

Del éxito de esas negociaciones de donde, en gran parte, la estabilidad institucional de los dos últimos años de gobierno.

 Mientras tanto, los jefes y oficiales estudian también su estrategia: la que les permita mantener la unidad militar, aun en caso de arremeter contra el Presidente de la República.

Sin embargo, cuando están por cumplirse los dos primeros años de la Administración Illia, se precipitó la que carece ser más grave discordancia entre el pensamiento del Ejército, expresado otra vez por su Comandante en Jefe, y el del PE, voceado por el Ministro del Interior.

La semana pasada se daba a conocer el texto de la carta que el general Juan Carlos Onganía envió a su colega uruguayo, en la cual señala la necesidad de "construir una barrera ideológica como medida preventiva contra el enemigo comunista". 

Juan Palmero aseveró, en cambio, que no creía necesario levantar esa muralla y estimó que la mejor forma de combatir el comunismo "es afirmar los conceptos democráticos". 

Quince días atrás, el propio Palmero, comentando los resultados de las elecciones municipales de Río Negro consideró derrumbado "el fantasma comunista" en la Argentina, basándose en un índice demasiado lírico: los 259 sufragios que el PC, legal en Río Negro, cosechó en las urnas.

Los nombres de los dos —el Comandante en Jefe y el Ministro— poblaron las voces de los comensales que se concentraron, la noche del viernes pasado, en el restaurante Lo Prete, de Buenos Aires. 

Medio millar de oficiales en retiro y civiles pertenecientes a los des bandos tradicionales (azules y colorados), más unos pocos jefes en actividad, se sentaron "donde les convenga", de acuerdo a la invitación del brigadier (R) Jorge Rojas Silveira. 

La presencia de los generales Julio Alsogaray, Manuel Soria y Mario Fonseca, y la del coronel Tomás "Conito" Sánchez de Bustamante parecía obedecer a una vocación por el diálogo sin mutuas prevenciones. 

Esa actitud no impidió, sin embargo, que cierta atmósfera de nerviosa perplejidad se abatiera el sábado a la mañana, sobre el Comité Nacional de la UCRP. 

Algunos de los dirigentes oficialistas se preguntaban, entonces, si el Lo Prete no se habría transformado en una nueva Jabonería de Vieytes.

La estrategia oficialista

La semana pasada el oficialismo admitió que habían amainado las tensiones que hacían factible un presunto golpe militar y emprendió un alegre trajinar de candidaturas para las elecciones de Gobernadores de 1967. 

La perspectiva no logró esfumarse, pero se concentra en un punto preciso para el cual, hasta ahora, ni el partido gobernante ni el ámbito áulico de la Casa Rosada, tienen respuesta: el peronismo. 

En el esquema pasa a segundo lugar la inquietud manifestada por los jefes militares, de que hay que frenar el avance de la influencia comunista. 

Se retoma la experiencia del frondicismo con el argumento de que su gobierno, pese a los renovados, ataques y planteos por lo que se interpretaba como tolerancia, inclusive en los medios universitarios, fue destituido sólo cuando la derrota electoral de 1962 abrió las compuertas al peronismo; se estima que el anticomunismo, que fue utilizado como pretexto de cuartelazos en América latina que terminaron derrumbando democracias, por sí solo no es factor aglutinante de una revolución, ya que no lograría justificativo público suficientemente evidente. 

Existe la impresión de que el sector militar azul advierte esto con claridad; no así los grupos colorados; empeñados en aislar el anticomunismo y convertirlo en la razón fundamental contra el gobierno: el caso Santo Domingo les sirvió de ensayo general.

Frente al horizonte electoral el oficialismo se bifurca en dos líneas: los que creen que hay que triunfar de cualquier manera, y los que se preguntan cómo. 

Los primeros fomentarían la proscripción peronista por la vía coercitiva del Estatuto de los Partidos con su aplicación en toda la letra. 

Parten de la base de que el peronismo, salvo en condiciones muy limitadas, y previa consulta con los sectores militares, no podrá inapelablemente ir a las urnas en provincias importantes (Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba).

Los segundos descartan la proscripción, pero entre ellos abundan matices: unos toman como pauta la elección de Catamarca, donde la UCRP triunfó sobre los justicialistas sin hacer antiperonismo; sencillamente, dicen, con el programa del partido y la promesa de cumplirlo hasta el fin. 

El eje de este sector es el grupo de Senadores acaudillados por Ramón E. Acuña (Catamarca) y Ricardo Bassi (Capital Federal), que se autotitulan "Replanteo Autocrítico". 

Confiesan un límite por ahora insuperable: la orientación que sigue la política económica no sirve para atraer votos (el jueves 23 trataron de introducir en el bloque senatorial de la UCRP un proyecto de ruptura con el FMI y el viernes, desalentados, renunciaron a su bloque). 

Otros se mantienen a la expectativa: creen que el peronismo se precipitará en un proceso de hondas divisiones que lo alejará del triunfo electoral. 

Estos grupos no proscriptivos alientan la esperanza de un acuerdo con Perón por la vía de ciertas franquicias para los negocios del interdicto Jorge Antonio.

Entre tanto, la opinión del Presidente Illia se desconoce. 

Unos pronostican que, por temperamento, no proscribirá; otros entienden que si es necesario, lo hará. 

Durante la semana circularon no pocas especulaciones sobre los planes supuestos de Illia, basados sobre hechos y presunciones marginales:

• El Subsecretario del Interior, José Luis Vesco, cuestionado por los militares a raíz de supuestas afinidades con el comunismo, tendría el aval del presidente para candidato a Senador por Córdoba, a elegirse el año próximo (motivo: cubrir la vacante, por fallecimiento, del Senador Mario Zinny), de esta manera se desplazaría a Vesco de funciones claves, desde Interior, para el manejo del proceso político.

• Negativa del Presidente, el martes 21, a recibir en audiencia al renunciante Subsecretario de Minería, Luciano Catalano, considerado amigo personal, ex asesor del gobierno de Amadeo Sabattini y consultado por los grupos del radicalismo de Córdoba más adictos al programa partidario. 

Se interpretó que esa actitud importa un respaldo para el equipo económico, que logró el acceso del Secretario Alfredo Concepción al frente de la flamante Secretaría desatando así el retiro de Catalano,

• Un pedido de renuncia al Director de Ceremonial, de Presidencia, Garlos A. Dimasi, sin que se conozcan los motivos.. 

Este funcionario ordena las audiencias solicitadas al Presidente.

• La perspectiva de que un brigadier, por acuerdo de las tres Armas, asuma la jefatura de la Casa Militar a fines de 1965.

 Actualmente se desempeña en ese cargo el general Manuel Soria, antiperonista, a quien la UCRP considera "un puntal del gobierno". 

Pero el puesto debe rotarse cada dos años y ahora le toca el tumo a la Aeronáutica.

• Al mismo tiempo, se valoraba la cantidad de colorados designados en el Servicio Exterior (y para los cuales prestó acuerdo el Senado, el jueves pasado); entre ellos, Alberto Houssay, Antonio Cristophersen y José Guillermo Zavala Ortiz, sobrino del Ministro de RR.EE. 

Aunque también se nombró a Manuel Alberto Álvarez Pereyra, Cónsul en Beirut y Bombay del régimen peronista: iría al Paraguay, como secretario del Embajador Carlos Jorge Kosas.

En cuanto al partido, donde generalmente las especulaciones se manejan con mayor libertad, se ventilaron críticas al Ministro de Defensa, por haber "respaldado" en Chile al Comandante en Jefe del Ejército. 

Piensan que Leopoldo Suárez se excedió, pero las opiniones aparecen divididas; hay quienes entienden que el gobierno subestimó la fuerza del general Onganía, tratando de provocarle un deterioro que puede agudizar las tensiones y cerrar el camino a futuras tratativas; por eso, las declaraciones de Suárez habrían intentado una revaloración de Onganía.

Curiosamente, los conductos partidarios, menos vulnerables al optimismo, tratan ahora de calibrar la influencia del coronel Alcides López Aufranc. 

Un dirigente de la UCRP señaló a Primera Plana: 

"Tiene la típica conformación de un militar, y un prestigio tal que puede manejarse con mucha independencia de Onganía. 

Algunos planes militares que se desplegarán en el campo político para 1967 giran alrededor de él. 

Los peronistas le ofrecerán la candidatura a Gobernador por Buenos Aires".

Verosímil o no esa sospecha, lo cierto es que el balbinismo extrajo, sin mayor preocupación, a su propio candidato para Buenos Aires, el jueves pasado: es el Diputado nacional Raúl Alfonsín.

La estrategia peronista

"Estamos observando un paulatino enfriamiento en las relaciones del sindicalismo peronista con los sectores Patronales y el Estado, especialmente a partir del 9 de setiembre último, cuando la Confederación General del Trabajo instruyó a sus cuadros medios para que reanudasen el interrumpido Plan de Lucha", se ocupó en señalar a Primera Plana, cinco días atrás, un funcionario permanente de la Secretaría de Trabajo y Seguridad Social, . 

"La rebelión empieza aquí", bramó el jueves 9 José Alonso ante sus enfervorizados lugartenientes; algo más que una rebelión meramente social y sindical alentaba, no obstante, a los organizadores de la concentración porque
Augusto Vandor —cuyo Sindicato Metalúrgico obtuvo hace poco un aumento sin precedentes del 35 por ciento— vituperó, sin dar nombres, los intentos golpistas de algunos militares y acusó al Pentágono de los Estados Unidos por la postración económica argentina. 

Se comprendió de inmediato que la CGT trataba de responder a las versiones que indicaron la inminencia de un estallido militar destinado a neutralizar al comunismo y luego al peronismo.

"Los observadores estiman que el peligro comunista en Argentina constituye, por ahora, un pretexto antes que una realidad peligrosa" explicaba dos días más tarde Henri Janières, a sus lectores de Le Monde, de París. 

"El comunismo sería explotado para lanzar una nueva operación destinada a cerrar la ruta del peronismo; su mecanismo sería el siguiente: el Ejército estima que en 1967 el justicialismo ganará las elecciones de Gobernadores de provincias, prefacio de la elección presidencial de 1969. 

Como parece poco conveniente anular las elecciones después del escrutinio —como ocurrió en marzo dé 1962— el Ejército preferiría actuar preventivamente; el golpe de Estado sería entonces dirigido contra un gobierno juzgado impopular y poco capaz de reconstruir la situación económica."

Si las visiones fueran reales, si los militares argentinos estuviesen decididos a impedir el acceso peronista, a otras posiciones gubernativas, la nueva actitud "dura" de la CGT —dominada por peronistas— tendría una raíz táctica: indicaría el retorno del peronismo a las trincheras de donde salió en 1962 para negociar con los políticos adictos al Comando Azul, del Ejército, una solución a su ilegalidad.

"Por el momento, intentamos el avance a través de dos vías: presionamos para obtener una salida electoral honorable sin olvidar que un golpe de Estado acortaría nuestro camino hacia el poder", explicó un dirigente cegetista a Primera Plana, el viernes pasado. 

Admitió que existen aún informales y oficiosos contactos con oficiales de las Fuerzas Armadas, pero negó que se esté tramitando un acuerdo para que el peronismo vote en Buenos Aires, Santa Fe o Córdoba a algún candidato con placet militar. 

Es sintomático, en este sentido, que el gremialismo haya inscripto el nombre de Rosendo García —el principal lugarteniente de Vandor— en todos los muros de Avellaneda como un anticipo de quien, dentro del sector, figura con posibilidades más firmes para la candidatura a Gobernador de Buenos Aires, en 1967.

Sin embargo, el lunes 13 de setiembre se reunieron en forma secreta los integrantes del Comité Central Confederal de la CGT y los medios comunistas lanzaron el rumor dé que se habría tratado la situación militar. 

Si estalla un golpe — concretan los peronistas— se anula también la última alternativa civil que existe para la Argentina: el gobierno de Arturo Illia. 

Entonces, el peronismo queda a la cabeza de la oposición al sistema dictatorial que surja y, o lo combate hasta extinguirlo y llegar al poder, o negocia con la dictadura un apoyo de, según estiman, será imprescindible. 

Porque "no es juicioso suponer que un nuevo gobierno militar desemboque en otras elecciones" objetan. 

"Históricamente, el fracaso de los golpes militares argentinos —1930, 1943 y 1955— residió en la ausencia de apoyo popular."

Otro importante sector del peronismo —caudillos provinciales neoperonistas— postulan la salida electoral como la única posible: coinciden con los sindicatos en oponerse a las últimas instrucciones de Juan Perón porque la formación de un nuevo comando nacional justicialista "sirve sólo para interrumpir la formación de un poderoso Partido Peronista, capaz de imponer con su presencia —independiente de las órdenes de Perón— la aceptación de sus candidatos en 1967 o, en el peor de los casos, negociar con el régimen de Arturo Illia y las Fuerzas Armadas las condiciones de la concurrencia (privando de estos poderes al exilado en Madrid).

Otros dos sectores —cuantitativamente pequeños— confesaron sus intenciones a Primera Plana: la Unión Popular estima que se ha abierto un período de tratativas donde Juan Perón (a través de los Estados Unidos, sostienen) negociará con los factores de poder argentinos la admisión de su Movimiento —lógicamente, a través de Unión Popular— en 1967. 

Los dirigentes del Frente Argentino Justicialista, Diputados Edgar Sá y Francisco Rodríguez Vigil, además de Enrique Pavón Pereyra y Alfredo Tapia Gómez, estimaron, al cabo de la semana, que las posibilidades de un golpe son cada día más lejanas. 

Ellos —que se atribuyen contactos con el Ejército— piensan, que los militares no reaccionarán si un triunfo peronista conmueve a las gobernaciones en 1967. 

"A lo sumo, los militares se interesarán por ubicar un candidato adicto, en 1969, cuando se discuta la sucesión de Arturo Illia."

"El golpe de Estado no es un resorte del peronismo, está en la génesis del antiperonismo, es algo que nosotros no podemos modificar" respondió, finalmente, un vocero del Movimiento Revolucionario Peronista. 

Para ellos, el estallido de un golpe de Estado señalaría el definitivo encauzamiento del peronismo en la vía subversiva: un abandono de la semilegalidad actual que acabaría por entregarle al MRP la conducción de la fuerza justicialista.

primera plana
28 de septiembre de 1965



Internas y Operaciones Mediáticas en tiempos de la Republica.

La única diferencia con la Actualidad es que no tenemos a Tato Bores.

"Nadie se atrevía a decírselo, a Balbín. 


No lo podían creer. 

Tampoco se animaban a decírselo a Illia. el único que tomó la cosa con calma fue Perette, que rajó a hacerse pilchas." 

Palabras más, palabras menos, así recordó Tato Bores, en 1964, el primer aniversario de las elecciones que condujeron al poder a la Unión Cívica Radical del Pueblo. 

Desde luego, su broma rebosaba verdades, y no sólo por las alusiones a Perette.

Ricardo Balbín había dejado filtrar por los resquicios de su aparato político, casi como si se tratara de una dádiva, la candidatura del minoritario médico de Pergamino. 

El 8 de julio de 1963, el hombre que aspiró dos veces a la presidencia de la Nación y las dos veces fracasó, se encontraba a boca de jarro con el triunfo de su partido, no con el suyo propio. 

Afortunadamente —para él—, la dirección de ese partido estaba en sus manos. 

Quizá el mismo día, entre el júbilo chillón de la victoria, una silenciosa, lenta, a veces impalpable lucha, comenzó a desatarse dentro de la UCRP: Balbín no podía resignar su predominio ni quitar a Illia del cargo que pronto iba a entregarle el Colegio Electoral.

El dominio de los timbres

Sucesivos indicios permitieron documentar que si la lucha no era tal, una creciente tirantez se extendía entre la Casa de Gobierno y el Comité Nacional de la UCRP. 

La expresión más notoria de dicha rivalidad debe de hallarse en el caso Santa Cruz, un pleito lugareño que urdieron los legisladores adictos a Balbín para desplazar al gobernador Rodolfo Martinovic, illiísta. 

El problema se arrastró por los hemiciclos del Parlamento Nacional: en la Cámara de Diputados, la mayoría balbinista del bloque de la UCRP consiguió el apoyo de diversas minorías extrapartidarias para apresurar el derrocamiento de Martinovic; pero en el Senado, la obstinada voluntad de los cordobeses (como designa a los acólitos de Illia la jerga radical) logró imponerse, y Martinovic se salvó.

Otras rencillas (Catamarca, La Rioja, Chubut) probaron, sin embargo, que Balbín seguía reteniendo el control del partido. 

¿Hasta cuándo?, suelen preguntarse los observadores políticos y no pocos oficialistas. 

Obviamente, no se pierde de la noche a la mañana el timón de la UCRP, al que Balbín supo aferrarse con denuedo, ni siquiera cuando cerca de ese timón cruza la sombra del presidente de la República. 

Predecir fechas es, entonces, correr un riesgo. 

No es un riesgo, en cambio, advertir que la pugna entre la Casa de Gobierno y el Comité Nacional atravesará una nueva prueba en las urnas de marzo: dentro de dos meses, los distritos illiistas y balbinistas probarán la bondad de sus cuadros y facilitarán una valoración de dirigentes y organizaciones.

"Balbín tiene al alcance de la mano les timbres de la frondosa estructura partidaria, pero no todos funcionan", filosofaba la semana pasada un veterano afiliado radical. 

En marzo podrá saber cuantos son los que no funcionan; la guerra proseguirá hacia otra batalla trascendente, la de agosto de 1965, cuando se renueve la plana mayor de la UCRP y Balbín se esmere en prolongar, por dos años más, su duro liderazgo. 

Hay, finalmente, un instante tope: 1969, el instante en que el oficialismo —si todavía lo es— busque un sucesor para el antiguo vecino de Cruz del Eje.

En todo el proceso interno para la selección de los candidatos que se postularán en marzo próximo, incluyendo la pugna metropolitana del domingo 17 de enero, han surgido listas escapadas del ojo avizor del Comité Nacional y que revelan cierto aliento proveniente del meridiano cordobés y una sospechosa convergencia en la Casa Rosada, donde el secretario técnico de la Presidencia, Eugenio Conde, no deja pasar a ningún balbinista por las alfombras de su despacho.

El viernes pasado, Balbín inició la campaña proselitista de la UCRP con un discurso televisado, y partió enseguida en una gira por provincias. 

Para los comicios de 1963, un trío de agencias especializadas colaboró en el montaje publicitario, pero ahora se introdujeron algunos cambios. 

Actúa una comisión ad hoc, a cargo del senador Rubén Blanco, uno de los hombres que goza de la absoluta confianza del Comité Nacional.

En la gastronómica tertulia del Centro Lucense, donde el presidente de la UCRP cena con asiduidad, Blanco sentenció: 

"Lo único que tenemos que demostrar es que en marzo no se puede ganar sin Balbín." 

Entretanto, las paredes de la ciudad quedaban empapeladas con la imagen de Arturo Illia enfundado en un frac, solemne, apacible, ausente de toda preocupación electoral.

Una manera de ubicar la guerrilla antibalbinista reposa en esta definición de Illia, salida de los labios de un viejo dirigente cordobés: 

"Nunca gritó una cosa contra otra cosa, pero siempre dejó hacer y crecer." 

También vale esta concisa y patética advertencia que Carlos Humberto Perette deslizó a principios de la semana última, en los corredores del Congreso: 

"Yo ordeno matar." 

Le habían informado que sigilosos cordobeses estaban alentando en su provincia, Entre Ríos, al doctor Grela, para fortalecer el movimiento de la Intransigencia Nacional (1) y ligarlo al grupo de unionistas disidentes de Recuperación Radical, con lo cual se intentaban socavar las bases políticas del gobernador Carlos Contín y del diputado Fermín Garay, es decir, del mismo Perette.

Si bien existen hechos detrás de los cuales asoma la estrategia del grupo cordobés, no se ve un comando unificado de operaciones. 

Antes de su muerte, Amadeo Sabattini ya no atesoraba el manejo del partido en la provincia de Córdoba. 

Dos políticos de autonomía y temperamento fuerte habían erigido una suerte de estado mayor en la Intransigencia Nacional: Eduardo Gamond y Justo Páez Molina. 

El primero, ex gerente bancario, tenía fama de hombre metódico y autoritario; el segundo, a quien los cordobeses apodaban "El toro echao", vivía con el orgullo de su prosapia.

Descendiente de Dalmacio Vélez Sarsfield, y por vía materna de los hermanos Pedro y Abraham Molina, dos casi legendarios líderes provincianos del radicalismo, irrumpió en el control del partido desde Calamuchita. 

Esta dispersión del sabattinismo culminó con Santiago del Castillo, cuando de regreso de un viaje a Cuba proclamó que no bastaban 50 años de afiliación para ser radical, sino que era preciso defender la revolución castrista. 

Tal actitud le reportó el vacío de sus correligionarios, y el apoyo de los comunistas, que desnaturalizaron lo que aún quedaba de radicalismo en el enfervorizado del Castillo. 

Así estalló otro motivo para que el círculo de los auténticos sabattinistas se fuera restringiendo cada vez más. 

Don Amadeo se llevó a la tumba el amargor de una elección interna perdida, cuando su candidato Medina Allende —presidente del Banco Central durante la Revolución Libertadora — fue vencido por Gamond y José Luis Vesco. 

Por otra parte, la división intestina que padecía obligó a la Intransigencia Nacional a ceder en sus aspiraciones por lograr una ubicación equitativa en el Comité Nacional de la UCRP, donde la mayoría del núcleo bonaerense de Intransigencia y Renovación cerraba a Córdoba, sistemáticamente, las puertas de la dirección partidaria.

Precisamente, el amurallamiento de Sabattini en Villa María fue una consecuencia del aislamiento impuesto a la Intransigencia Nacional desde Buenos Aires, donde sus convencionales tenían que conformarse sólo con la esgrima de la oratoria, mientras las resoluciones las votaba Buenos Aires. 

Años de frustración incubaron, en los cordobeses, el anhelo de una estrategia cara la liquidación del centralismo de intransigencia y Renovación.

Entre políticos de la hechura de Gamond y Páez Molina, y de Sabattini, estaba Arturo Umberto Illia, que no gozaba de los favores de Villa María. 

Tejía y destejía, sin pelear por candidaturas. 

Sin embargo, impulsado por su amigo Conde y con los votos del departamento Punilla, apareció frente a Gamond y Páez Molina, disputándoles la candidatura a gobernador para los comicios de 1962. 

La logró y, además, venció en las elecciones, anuladas por Arturo Frondizi. 

La muerte de Crisólogo Larralde y las dos derrumbadas tentativas de Balbín por llegar a la Casa Rosada convirtieron a Illia en el postulante lógico a la presidencia de la Nación, una realidad que se consolidó luego de su triunfo de 1962. 

Ricardo Balbín no pudo —o no quiso —pasar por alto esa realidad.

Cuando el calmo Illia asume la conducción de la Argentina queda a merced del equipo de políticos que le proporciona Balbín, el único en condiciones de hacerlo, ya que en Córdoba hacía mucho que la estructura hegemónica de los buenos tiempos de Sabattini estaba deteriorada. 

Pero Illia no se entrega totalmente y arranca a algunos de sus ministros entre quienes no brillan demasiado en el cenáculo balbinista: Leopoldo Suárez (Defensa), Miguel Ángel Zavala Ortiz (Relaciones Exteriores), todavía dolido por su derrota frente a Perette, en la carrera por la candidatura vicepresidencial; Eugenio Blanco (Economía), un extrapartidario; y su amigo Juan Palmero (Interior), sin militancia conocida, salvo su antecedente en el gobierno cordobés de Medardo Gallardo Valdés, bajo la Revolución Libertadora.

Para el elenco más próximo al despacho presidencial, tampoco encuentra Illia políticos activistas de confianza, excepto Conde, al que designa secretario técnico. 

Se decide, también, por su hermano Ricardo, un ex director de escuela o, según la imagen de Balbín, "un radical a la intemperie"; Luis Caeiro, abogado cuarentón de Ucacha, hijo de un dirigente sabattinista pero más contertulio social que político: y Juan Carlos Calderón y Martín Hansen, sus secretarios privados, amigos de la familia.

Balbín, sibilinamente, consiguió mezclar en ese staff de las antesalas a Francisco Murano, amigo del equipo económico, y Horacio Vivo, un dirigente juvenil de la sección 16ª. 

Pero estos dos personajes no alcanzaban a neutralizar lo que los balbinistas llaman "resurrección del sabattinismo", que de algún modo empezó a gestarse desde Balcarce 50.

Los balbinistas achacan a Conde la mayor responsabilidad en esa resurrección, y desde el Comité Nacional se siguen los pasos de la operación, computando todo contacto real o presuntivo. 

De acuerdo con ese esquema, la Intransigencia Nacional, en su guerra contra Balbín, o en su ofensiva por la reconquista del liderazgo en la UCRP, operaría por medio de las siguientes alianzas:

• En Catamarca, con el senador nacional Ramón Edgardo Acuña.

• En la Rioja, con los senadores nacionales Demetrio César Abdala y Carlos A. Morillo, entroncados con el interventor federal en Jujuy, Antonio de la Rúa.

• En Salta, conexiones con el senador nacional Miguel Martínez Saravia, que se opone al balbinista ministro de Salud Pública, Arturo Oñativia.

• En Chaco se alienta a Jorge Pisarelio —hermano de Julio, el sabattinista tucumano— para minar la influencia del diputado nacional Luis Agustín León.

• En San Juan, apoyo a la fracción del senador nacional Américo Aguiar Vázquez, tendiente a demoler el predominio de Ricardo Colombo (alias El indio rubio), actualmente destinado en la Organización de Estados Americanos (OEA), y uno de los más firmes puntales de Balbín en la provincia.

• En Chubut, contactos con el gobernador Roque González, pese al freno que le opone un parlamento donde la mayoría oficialista responde al presidente del Comité Nacional.

• En Santiago del Estero, acercamientos al gobernador Benjamín Zavala, en un distrito donde los balbinistas cuentan con el influyente diputado nacional Oscar Rial, relacionado con el equipo económico nacional.

• En Santa Cruz, a través del gobernador Rodolfo Martinovic, que aparece al frente de un partido netamente sabattinista y que ha pedido, inclusive, personería electoral.

• En Buenos Aires, apoyo a los celestes (José A. Recio, intendente de Tigre; diputado nacional Roberto Pena), que sirven a los fines de la oposición contra Balbín.

• En la Capital Federal, a través del Movimiento Independiente (fabricado en el Ministerio del Interior), que encabezó su nómina de candidatos a diputados para marzo con Roberto Cabiche, asesor de Palmero y emparentado con el diputado nacional por Córdoba, Horacio García.

De la vieja guardia sabattinista, no hay muchas figuras instaladas en importantes funciones de gobierno, salvo el caso del Ministro de Obras y Servicios Públicos, Miguel Ángel Ferrando.

Algunos habitan la Administración de Aduanas (Samuel Aracena y Francisco G. Rolfo); otros, Vialidad Nacional, como López Avila, primer director del Departamento de Trabajo en la única gobernación de Amadeo Sabattini, sobre quien recayeron los fantasmas de 590 huelgas, y Héctor Aguirre.

En el ámbito metropolitano, el político más activo es el médico psiquiatra Ramón Melgar, de 60 años, soltero. 

No tiene ningún cargo oficial, y, según sus allegados, no lo tiene porque el presidente de la República sabe que, de designarlo, echaría sobre sí las más encendidas iras del Comité Nacional. 

También lo sabe Melgar, que desde el hotel Castelar y una peña folklórica del barrio de San Telmo, crucifica noche a noche a Balbín en virulentos ataques.

Pero las fuerzas de Balbín son, por el momento, superiores a las que buscan desplazarlo; no hay provincia donde su prédica no esté apuntalada en uno o más caudillos importantes. 

Un balance de los grandes nombres que se destacan entre sus huestes debe incluir a los gobernadores de Buenos Aires, Anselmo Marini; de Misiones, Mario Losada; de Santa Fe, Aldo Tessio; de Entre Ríos, Carlos Contín; y de Formosa, Alberto I. Montoya. 

En Corrientes lo respalda el sector orientado por Cándido Quirós, actual presidente del Banco Hipotecario Nacional; en la Capital Federal logró la anuencia de Julián Sancerni Giménez y, por ahora, la de Francisco Rabanal, a quien los balbinistas estiman "controlable" aunque prefieren no aventurar hasta dónde. 

Otro pilar: el senador nacional por Río Negro, José Enrique Gadano.

Los cordobeses afirman que en su puja contra Balbín no hay una mera rencilla por la conducción política, sino la necesidad de transformar a la UCRP en un partido reciamente estructurado, ideológicamente compacto y con gran capacidad de maniobra. 

Aducen que Balbín va en contra de estos postulados, que representa claramente el ala derecha de los UCRP y la defensa de los intereses de la pequeña y mediana burguesía terrateniente. 

No se cansan de repetir que el diputado nacional Antonio Tróccoli (balbinista, Buenos Aires) acaba de trazar la apología de los ganaderos en la Cámara a que pertenece.

Más allá de este proceso de líneas de fuerza circunscripto a la órbita partidaria, el antibalbinismo quizá tenga pronto algunas llamativas exteriorizaciones, por dos motivos:

• Se está gestando la candidatura del senador nacional Ricardo Alberto Bassi (Capital) para sucesor de Balbín como jefe de la UCRP.

Se observa con atención al Ministro de Economía Juan Carlos Pugliese, de quien ahora recuerdan los sabattinistas que se carteaba periódicamente con Santiago del Castillo; deducen que "puede no ser tan hombre de Balbín como se cree". 

Curiosamente, la semana pasada arreciaron las versiones según las cuales Pugliese habría comunicado a ciertos senadores de su partido que pedirá la defenestración del equipo económico antes de febrero. 

Si esa perspectiva llega a plantearse, sería el comienzo del fin para el titular del Comité Nacional, señalan sus contendores.

Una sólida evidencia queda en pie: directa o indirectamente, los balbinistas y los antibalbinistas han terminado por reconocer la existencia de una guerra, de una serie de batallas que la irán bordando. 

Un bando y el otro aspiran a ganarla, tal vez sin advertir que las fricciones pueden mellar el volumen y la influencia de la UCRP en el panorama nacional y ensombrecer su futuro en 1969, cuando haya que pensar en el reemplazante de Illia.

Es ya una frase común —¿o una expresión de deseos?— aquella que asegura que sólo vulnerando la hegemonía de Balbín y de su cohorte, el presidente Illia estará en condiciones de gobernar sin ataduras. 

Si el Primer Magistrado consigue aventar la tutela de Balbín, aun de manera lenta y sin estruendo —la lentitud parece constituir una de las mayores premisas de la filosofía oficialista— conseguirá una victoria política y una demostración de poder. 

Pero, al mismo tiempo, caerá en una trampa: ya no les quedará, a él y a sus simpatizantes, excusa alguna para no modificar el partido que los reúne y el gobierno que ejercen.

De posibles modificaciones habló Balbín el viernes último, al inaugurar por televisión la campaña de la UCRP y asegurar que el Ejecutivo, si son necesarios, introducirá cambios en su política. 

"Sólo los estúpidos —fulminó el ex protegido de Alvear— no son capaces de comprender que a veces hay modos y formas de rectificar el pensamiento."

El propio Balbín dio prueba de cómo se efectúan las rectificaciones: para formular su defensa del gobierno imitó al ingeniero Alsogaray y se proveyó de gráficos y estadísticas. "... jamás fui hombre que dio una cifra, porque parecía como si se me enfriara el alma", se disculpó Balbín. 

Quizá ya no confía solamente en sus metáforas como antes, cuando ningún correligionario le disputaba la posesión del trono partidario.

(1) Tres grandes líneas obran dentro de la UCRP: la Intransigencia Nacional, acuñada por Amadeo Sabattini, y cuyo virtual orientador sería hoy el doctor Illia; Intransigencia y Renovación, inspirada por Balbín; y el Unionismo, en el que militan prohombres como los hermanos Leopoldo y Facundo Suárez y el vicepresidente Perette, y que en ciertos casos se pliega a Intransigencia y renovación.

revista primera plana 
26.01.1965