sábado, 23 de agosto de 2008

Aportes Sindicales a la “robusteza” del Régimen Democrático actual.

Si le pregunto a cualquier politizado sub. 40, sobre la “caracterización” Política de Lorenzo Pepe y Oraldo Britos me responderían lo siguiente; Burócratas Sindicales.

Esos mafiosos hegemonistas y corruptos que se esconden detrás de la Marchita.

Pepe y Britos, como tantos otros, cargan con la maldición de la ignorancia y el prejuicio; además, por supuesto, de sus propios errores.

Por ejemplo, pocos recuerdan su pertenencia a la CGT de los Argentinos, de Ongaro.

Eran “62”, pero en su Gremio, la Unión Ferroviaria, la Conducción era Pluralista.

El caso Unión Ferroviaria marcaba el punto extremo con Antonio Scipione, Víctor Vázquez y Lorenzo Pepe (alianza radical de Pueblo-comunistas-peronista dura) (1)

Revista Panorama enero 1969

Esa experiencia de negociar permanente, aun desde la dureza y el conflicto, es un capital aportado por el Sindicalismo peronista al Régimen que emergió en Diciembre de 2001.

Muchos se sienten sorprendidos por la reacción de la Escribanía durante del “voto no positivo”.

Se olvidan del verano que Ardió Argentina.

Fue el Congreso el que banco la parada, como recuerda Pepe, el Establishment quería que el Poder fuera ejercido por la Suprema Corte.

¿Se imaginan a Nazareno a cargo del Ejecutivo?

Además, el poder Judicial es el más Autocrático de los Tres Poderes de la Republica.

No tiene una relación directa con el Pueblo, están acostumbrados por su función, a solo monologar ante si y por si.

Sentencian, y quien no cumpla a galeras.

Volviendo al tema, hay que tomar nota de lo que subraye en negritas, no solo “charlar y roscar” con todos; para ir creando mayorías aprobatorias caso por caso.

Sino crear un “espíritu de pertenencia” que impida operar a las fuerzas que desean regresar al año 30.

Cuando existía la Republica que había prohibido la Democracia.

Reunión No. 28 - 10a. Sesión ORDINARIA celebrada el 04/12/2003

Sr. presidente camaño.- Mientras se alcanza el quórum, la Presidencia propone continuar con la despedida a los señores diputados Britos y Pepe.

Tiene la palabra el señor diputado por Buenos Aires.

sr. PEPE, LORENZO ANTONIO.- Señor presidente: ¿cómo se hace para escapar de las emociones fuertes? No es fácil. ¿Cómo se hace para agradecer en forma creíble y para que realmente se comprenda que lo que uno dice surge desde el fondo de sus sentimientos?

Voy a intentar rápidamente hacer un repaso de estos últimos veinte años. El primer día que llegamos aquí fue antes del 10 de diciembre de 1983, a fines de noviembre. La dictadura había abierto el Palacio de la misma manera que lo había cerrado casi ocho años antes.

Un pequeño grupo de diputados, en este caso del justicialismo, masticábamos el polvo de la derrota. Estaba funcionando la Confitería del Molino y nos acercábamos a la puerta principal. Entre nosotros se hallaba Roberto García, un querido amigo que también provenía del campo social.

Así nos encontramos con un personaje y laburante de esta casa, un hombre de color conocido por todos: el negro Murature, quien falleció hace un año y medio. Vestía una librea gris oscura. Era un personaje muy llamativo. ¿Qué hacía un tipo vestido al estilo victoriano en la puerta del Congreso?

Recuerdo lo que nos dijo ese querido negro, Rodolfo, a quien tanto amé. Después de ocho años de brutal silencio, este morocho dijo: "Señores diputados, ustedes ingresan a vuestra casa". Era un humilde laburante disfrazado. Rápidamente, Juan Carlos Pugliese dispuso terminar con eso, lo democratizó. La sensación que tuvimos ese grupo de compañeros fue que veníamos a restablecer los valores de la casa del pueblo. Veníamos a un lugar del que nunca jamás la representación popular debió haber estado ajena.

Desde esa anécdota debo decir con honestidad, abriendo mi corazón, ¡cuánto nos costó a los peronistas digerir la derrota! Veníamos de ganar siempre y los errores de unos pocos -que sin duda los tuvimos-, como dije alguna vez nos mandaron al rincón, nos castigaron con el voto.

Ayer, un trabajador de prensa me pidió que le dijera con una sola palabra qué simbolizó Alfonsín. Amigos del radicalismo, Horacio querido, Alejandro, yo contesté: la democracia. Lo dije desde mi sentimiento. (Aplausos.)

Me hubiera gustado que hoy estuvieran con nosotros algunos que ya no están. Me hubiera gustado que estuviera Chacho Jaroslavsky; me hubiera gustado que estuviera Osvaldito Borda; me hubiera gustado que estuviera la negra Oliva, una muchacha joven que se acaba de morir, nuestra compañera del alma; me hubiera gustado escuchar a Tazzioli -a quien ayer sus compañeros rindieron homenaje, que yo acompaño desde el sentimiento- explicarnos por qué no había que seguir vendiendo tierras de la Patagonia a los grandes grupos internacionales. Fue a la Comisión de Legislación General. Hablaba con sencillez, con la sabiduría de los que tienen en su puño la verdad.

Si me preguntan a quién extraño, debo contestar que a un montón. Me hubiera gustado abrazarlos, como lo estoy haciendo simbólicamente con ustedes en este momento, porque me golpearon el corazón. En lo personal no esperaba hoy este inicio con esta recordación pedida ayer por algunos compañeros como Ubaldini, y no esperaba lo dicho por Alejandro Nieva. Con su padre he compartido momentos en esta Cámara; nos peleábamos; su posición era más dura que la de Alejandro. Más de una vez el presidente de la Cámara, don Juan Carlos Pugliese, nos llamó la atención.

Me hubiera gustado abrazar a René Balestra, que cada vez que hablaba era como si Amado Nervo estuviera recitando un poema. Me hubiera gustado tener a don Floreal Gorini, un hombre del Partido Comunista convencido de que la solución de este país pasaba por el marxismo, quien siempre tuvo una prosa elevada, una intelectualidad grandiosa y un respeto absoluto por la idea del otro.

Me hubiera gustado tener a un hombre como Torres Molina, por qué no nombrarlo. Le adjudicaban haber sido defensor de quienes cometieron ese hecho brutal en La Tablada, pero acá adentro él era un honorable diputado de la Nación. Yo terminé intimando con él, coincidimos con el proyecto de los colores patrios, tema que está en discusión en el Senado y que aquí generó un largo debate.

Me hubiera gustado tener aquí a Diego Ibáñez, quien fue el primer presidente del bloque Justicialista. Diego tuvo una vida cargada de tragedias. Le mataron a Guillermito, que era un pibe maravilloso.

No había baños en el Congreso; estábamos en el tercer piso y sólo había uno para un centenar de tipos que dábamos vueltas, y el presidente del bloque tenía un baño.

Entonces Guillermito me decía "Lorenzo". Yo ya era viejo cuando llegué a este recinto y lo que ocurrió es que me he puesto más viejo, pero cuando llegué aquí ya era grande.

Yo siempre le digo a Oraldo que tenemos veinte años de descuento, porque fueron los veinte años de proscripción del peronismo. Por eso, digo que no tengo setenta y dos años sino cincuenta y dos, porque veinte están en la cuenta de los acreedores. (Aplausos.)

Diego Ibáñez fue un personaje muy peculiar. Venía también del movimiento obrero. Fíjense cuál era la composición del cuerpo en aquel entonces, y Diego tenía aquello de Chacho Jaroslavsky, que yo lo mencioné días atrás y alguien se ofendió, y que medio se ha ido degradando. Me refiero que aquello que se acordaba se cumplía a rajatabla.

Se ponía de pie Jaroslavsky y ante cualquier duda, si era necesario, el hombre carajeaba en el recinto, con absoluta nitidez: "¿Pero cómo carajo no vamos a cumplir con la palabra?" Extraño eso de Chacho. Nos hemos protocolizado más, somos más reglamentaristas y hemos olvidado que la política -más allá de que a alguno no le guste el término- tiene acuerdos que deben ser cumplidos a rajatabla para que organismos colegiados como este funcionen.


No se trata de códigos mafiosos; son los códigos de la verdad de la política, que te imponen las circunstancias en el momento en que ocurren.

Le decía a Horacio hace un rato, querido amigo -tuve el gusto de conocer a su padre, que también fue diputado en la etapa de don Arturo Illia-, que nos echaron juntos, porque echaron al gobierno y a Antonio Scipione y a mí nos echaron tres meses después por haber confrontado con la dictadura de Onganía.

Yo hablo del código de lealtad, de la reciprocidad en el compromiso. Ese por el cual cuando uno dice que va a cumplir con el compromiso, lo hace. No creo en los cheques o en los pagarés firmados.

Les está hablando el hijo de un socialista, que como buen socialista no quería deudas y decía "no" a eso de firmar pagarés. Ese socialista después fue un converso, y como converso al peronismo fue un peronista como corresponde a los conversos.

Ahora le hablo al amigo Cantini, que es un hombre joven. Días pasados lo encontré en el hemiciclo y le dije conservador. El me respondió: "Pará un momento, yo soy liberal, no tengo nada que ver con los conservadores". Me gustó lo que dijo, porque días pasados en TN dijo lo mismo, y yo me inclino respetuoso frente a hombres y mujeres que son capaces de sostener sus ideas con esa seguridad.


Sin duda es el camino que han tomado, que han abrazado y que no largan. Me asustan los que cambian de rama de salto en salto. Esos sí me asustan. (Aplausos.)

Quiero decir a mis queridos compañeros y colegas que me voy bien. Veinte años, como dice el tango, no es nada, es una generación. Repito que me voy bien.

He ido a un instituto de golpe y porrazo. He sido un dirigente del movimiento obrero, en una época en la que no había nada para repartir, salvo balas, cárceles y persecuciones, lo que hacía aun más comprometida la tarea social de quien tomaba un sindicato.

Me han hecho un gran honor; esto es algo inesperado, porque yo soy un hombre viejo, que no tiene un título profesional, ya que soy un autodidacta.

Como dije cuando me referí a la figura de Framini, estoy hecho a buril y martillo, y a fuerza de superar errores, equívocos, y de recoger la piola del barrilete cuarenta veces para evitar cometer de nuevo el mismo error.

Ahora, estoy en un instituto de historia, que es honorífico porque están todos los fundadores del peronismo. Hay hombres como don Alberto Rocamora, que tiene más de 90 años. Sin querer y sin pedirlo, hoy ese instituto tiene un rango académico. Ahora, yo voy a las universidades a hablar a los estudiantes de ciencias políticas y de sociología desde un pedazo de la verdad de la historia, que es el peronismo. (Aplausos.)

También quiero aclarar lo siguiente. Nunca falta algún trasnochado y hubo quienes sonrieron cuando se derrumbó el gobierno de la Alianza. Pero quiero decir a los amigos del radicalismo que no fue nuestro caso, porque corrimos acá y dormimos acá las veces que fueron necesarias para evitar que el sistema institucional -tal como lo dijo Horacio- se terminara desbarrancando.

La historia va a recoger -no tengan ninguna duda de esto- el paso de Eduardo Camaño como presidente de la Nación durante cuarenta y ocho horas. Yo fui testigo de lo que estoy diciendo. Venían aquí con la propuesta de entregar el gobierno a la Corte Suprema. ¿Qué hizo Camaño? Los sacó a empujones, y vino ese querido amigo que es Etchegaray -escribano, compañero del radicalismo y tanguero como yo- para que firmara aquí en el primer piso el traspaso del poder que por línea constitucional le correspondía al presidente de la Cámara. ¡Valiente hombre, Camaño, que te bancaste cuarenta y ocho horas cuando la ciudad ardía! (Aplausos.)

También quiero decir lo siguiente. Cuando llegué a este cuerpo el grupo de mujeres era muy pequeño, de alrededor de media docena. Ahora, el número de diputadas llega a setenta. ¿Qué ocurrió cuando este recinto se llenó de mujeres? Esto nos obligó a tener una visión más precisa de la realidad. No es que sean mejores; lo que ocurre es que tienen una visión hormonal diferente. La maternidad, los dolores de parto y otras cuestiones las viven ellas, y entonces nos obligan a los hombres a ser mejores. Por eso, saludo a las mujeres aquí adentro (Aplausos), y lo hago desde el corazón. Como dije, nos obligaron a ser mejores. Antes, cuando en el cuerpo sólo había hombres éramos más chabacanos y hasta nos permitíamos alguna grosería; pero ahora, al haber mujeres, hay que cuidarse. (Risas.)

Algunos colegas me decían: "Vos pasaste bien". Y es cierto: conseguí para mi distrito la sanción de la ley de creación de una universidad nacional y otras normas. Muchas veces de apuro planteaba acá la cuestión, rosqueaba un poco, y medio "a las patadas" lográbamos que se aprobara el proyecto. Lo cierto es que ahora en mi distrito tenemos una universidad nacional, tribunales federales, un jardín maternal para hijos de madres solteras y un hogar de día para jóvenes con síndrome de Down , que actualmente alberga a ciento ocho muchachos y muchachas.

¿Cómo se logra todo esto? Con la política de los afectos. El tipo que quiere jugar de malo acá, está muerto. Aquí hay muchos señores diputados a los que quiero y respeto, y por eso voy a repetir lo que acabo de decir: las cosas no se consiguen gritando ni puteando ni llevándose al otro por delante. Si uno no es capaz de aprender a darle un abrazo al otro para que comprenda que la intención de uno no es pelear, está muerto; si uno no es capaz de eso, no consigue que le sancionen ni un proyecto de declaración. Esta es una regla de tres simple que a mí me dio un resultado bárbaro, ya que estuve nada más y nada menos que veinte años en esta Cámara.

Les tengo mucho cariño a todos y pido disculpas si alguna vez, sin querer, rocé a alguien. No lo hice con la intención de herir o de zaherir a alguien.

Quiero terminar de exponer mi opinión sobre los hombres del radicalismo y decir por qué les tengo un enorme respeto. Acabo de dar una charla en Rosario el 20 de noviembre, el día de la soberanía. ¿Saben cuál era el tema? El trabajo fue hecho por los estudiantes, y estaban a mis costados el rector de la universidad y un profesor de historia. El tema era San Martín, Rosas, Yrigoyen y Perón.

A nosotros nos liga la historia. A mí no me pone contento para nada cuando a un partido centenario no le van bien las cosas, porque son pilares del sistema institucional, como lo es el peronismo desde el año 45. Pero a diferencia de otros partidos, nosotros fuimos paridos el 17 de octubre, pero llegamos para quedarnos en la República. No nos vamos, ni nos echarán ni matándonos, ni persiguiéndonos, ni encarcelándonos, ni fusilándonos. ¡Mil veces nos pondremos de pie cuando la República lo requiera!

Gracias compañeros por esto, gracias por este cariño; lo digo de corazón a todos ustedes, y dejo mi recuerdo a los que no están. (Aplausos prolongados. Varios señores diputados rodean y felicitan al orador.)

Sr. presidente camaño.- Tiene la palabra el señor diputado por San Luís.

sr. BRITOS, ORALDO N..- Señor presidente: después de muchos años de militancia llegó el momento de decir algunas cosas. Durante mi vida política he tenido placeres e ingratitudes, que en realidad no lo son, porque son avatares de la vida política.

Con el señor diputado Pepe me une el afecto de la etapa posterior al 55, cuando era más difícil decir cómo pensábamos. La historia de cada uno se hace de acuerdo con cómo se conforma su familia. En mi caso vengo de una familia muy humilde, con un padre muy rígido, que nos enseñó a trabajar desde niños. Todos mis hermanos llegaron a ser profesionales, aunque yo no. Muy joven fui a vivir a Palmiras, Mendoza, adonde mi padre fue trasladado como ferroviario.

En aquel tiempo se enseñaba en la escuela nada más que hasta cuarto grado. Palmiras no tenía luz y el agua que tomábamos era la de la acequia; de noche nos iluminábamos con el aceite que se desechaba cuando se les cambiaba a las locomotoras. Teníamos una casa de barro, de caña, pero éramos felices.

A veces escuchábamos algunos discursos de izquierda. Nuestros padres, que eran ferroviarios, dependían para el cobro de sus haberes de los ingleses. En Mendoza, había un gran maestro en la vida política que era de izquierda, y de éste se deben acordar los mendocinos, a quienes se los deben haber nombrado sus padres o sus abuelos. Era el doctor Benito Marianetti, del Partido Comunista.

Los chicos íbamos a escucharlo porque nos comentaba todo aquello a lo que aspirábamos para nuestra familia. Este hombre tenía una gran capacidad para dirigirse a la gente, especialmente a los trabajadores, y por eso tenía ese tipo de convocatoria.

¿Quién iba a pensar que era comunista? Con los otros jóvenes, a medida que íbamos conversando, estábamos interesados en transitar ese camino porque nos parecía que era el que nos estaba abriendo la puerta para vivir mejor.

Pero en 1943 apareció Perón y después el primer aguinaldo para mi padre y el cambio en mi familia; aunque no era únicamente el tema material, porque en la escuela en lugar de a cuarto se pudo llegar hasta sexto grado.

Entonces, tampoco había posibilidades de viajar desde nuestro pueblo a la ciudad porque nuestros viejos carecían de los medios económicos, pero empezamos a aprender.

También tuve la suerte de escuchar a Eva Perón y de estrechar su mano. A los catorce años le mandé una carta que me contestó y me nombró mensajero en el correo. Cuando volví a mi pueblo, Villa Mercedes, todos me preguntaban quién me había acomodado. En aquella época decían que si uno no era peronista o no lo acomodaba algún dirigente no podía lograr una designación. En realidad, Evita ni siquiera preguntaba, sabía -como alguien dijo aquí- que donde había una necesidad había un derecho, y evidentemente cubrió ese derecho.

Ya después del golpe de 1955 habíamos entendido perfectamente cuáles eran nuestro camino y nuestro destino. Fue entonces que al compañero Pepe, que trabajaba en el ferrocarril, en los talleres Alianza, se le ocurrió conformar el Movimiento Nacional de la Juventud Ferroviaria y Ferroportuaria Peronista.

El tema de la comunicación era entonces muy dificultoso. Para lograr una comunicación con Buenos Aires había que esperar hasta dieciséis horas, pero cuando era muy pequeño mis abuelos me habían enviado a estudiar en el telégrafo, tenía conocimientos del sistema Morse, que utilicé para hablar con los compañeros de General Pico, Bahía Blanca, Córdoba, Tafí Viejo en Tucumán, etcétera.

Aprendí de los muchos maestros que tuve, y cuando me designaron en el primer cargo gremial estaba orgulloso. Sentía que ya mis aspiraciones estaban resueltas. Mi madre siempre me aconsejaba que no me metiera tanto porque era muy jetón, y por esa característica me detenían en todas las movilizaciones que hacíamos. Por eso, cuando el otro día se discutía tanto sobre los derechos y lo que dice la Constitución de que hay que comunicar sus derechos a quien se detiene, yo pensaba en qué forma iba a hablar de mis derechos cuando un cana me estaba llevando a la rastra! ¿A quién íbamos a preguntar en ese tiempo?

Tal vez llegué a ser senador sin quererlo porque yo quería ser concejal, pero en 1963 mis compañeros decidieron que fuera intendente de mi ciudad. Yo estaba asustado, porque si bien ya era trascendente en la vida política y gremial, no me sentía en condiciones. Sin embargo, decidí presentarme en los comicios y veinte días antes de su realización nos proscribieron por medio del decreto 4.161, por el que no podíamos mostrar nuestros símbolos, cantar nuestra marcha ni decir todo aquello que nos había legado Perón. De cualquier modo, continuamos trabajando.

Quizá me premiaron demasiado en 1973 cuando fui elector senador. Hoy, algunos no lo dicen, pero el régimen electoral de ese momento era por voto directo. Digo esto para aquellos que estudian tanto derecho constitucional y se olvidan de que algunos llegamos al Congreso por el voto directo, según lo estableció el régimen militar que en 1966 había volteado al doctor Illia.

Como Pepe yo también llegué por la calle Hipólito Yrigoyen. Había venido con mi mujer y mi hija en brazos. No quería comprarme el traje, y le dije a mi mujer: "No, negra, si gasto la guita en el traje, de acuerdo a lo que dicen, no me van a dejar jurar." Porque decían que con la posible vuelta de Perón se iba a producir un nuevo golpe de Estado.

Paraba en un hotel de los telefónicos y el penúltimo día me compré zapatos y el traje en el Once, porque cuando entré por la calle Hipólito Yrigoyen una persona de seguridad me mandó por donde entraban los peones, porque yo había llegado con zapatillas y campera. Pensó que venía a buscar laburo al Congreso.

El Congreso había estado abandonado desde 1966 hasta 1973. Las únicas que vivían en el Congreso eran las palomas...


Sr. presidente camaño.- Disculpe, señor diputado. La Presidencia vería con agrado que su discurso de despedida lo terminara desde este estrado. Sería un buen homenaje para todos nosotros. (Aplausos.)

Además, la Presidencia le pide que antes de acercarse a este estrado permanezca unos minutos en su banca a efectos de someter a votación el proyecto de ley que se estaba considerando.

http://www1.hcdn.gov.ar/sesionesxml/item.asp?per=121&r=28&n=5

http://www.magicasruinas.com.ar/revdesto034.htm