miércoles, 13 de febrero de 2008

Die Theorie und Realpolitik in Argentinien K

Cuando se termino de contar el último poroto, se hizo la Luz.

La relación de fuerzas, dejaron de ser discutibles; hay lo que hay, no lo que quisiéramos.

La ultima línea de Defensa, contra la Realidad que nos desagrada, es la Teoría.

Georg Lukacs y Paulo Freire deben estar meneando sus cabezas, tanto esfuerzo para explicar la Praxis, son inútiles.

Como Marx, se niegan a ser Realpolitiker; y aunque reconocen los meritos de la agitación realmente existente, les parece equivoca.

el Peronismo y la Burocracia nunca y por nada del mundo accedería a abolir plenamente la Dependencia, pues ello abriría una brecha en el régimen de burocracia, conduciría a la concesión de derechos civiles a los obreros, a la destrucción del reglamento para los domésticos, a la abolición del derecho de los nobles a apalear a los campesinos, etc., etc., abolición que los impresentables jamás permitiría y que era, además, incompatible, con el Estado Demoliberal.

Prefieren activar en Cuba o Venezuela; que … tiene, como es lógico, una importancia completamente distinta que en Argentina.

Sólo en Argentina se oponen a mí, como es lógico, los sucesores de Perón que:
1) de la forma más estúpida temen perder su influencia, y
2) saben que soy un enemigo declarado de lo que los
argentinos llaman «política de realidades».
(Se trata de una «realidad» que pone a
Argentina muy a la zaga de todas las naciones civilizadas.)

Como la Historia tiene la ultima palabra en el Conflicto entre “Die Theorie und

Realpolitik”, les ofrezco para analizar una Carta de Marx, referida a Lasalle y sus intentos de crear la Social Democracia y el Estado de Bienestar.

Carta a LUDWIG KUGELMANN, en Hannover

Londres, 23 de febrero de 1865

Estimado amigo:

He recibido ayer su carta, que me ha interesado vivamente, y respondo a sus diferentes puntos.

Ante todo, permítame explicarle en breve mi actitud hacia Lassalle.
Durante su agitación, nuestras relaciones fueron suspendidas:

1) a causa de sus impertinentes fanfarronadas, unidas al más desvergonzado plagio de obras mías y de otros autores;

2) porque yo condené su táctica política;

3) porque aquí en Londres, le expliqué y demostré con todo detalle, antes de que iniciase su agitación, que era un absurdo creer que el «Estado prusiano» podía ejercer una acción socialista directa.

En las cartas que me escribió (de 1848 a 1863), lo mismo que en nuestras entrevistas personales, siempre se declaró partidario del partido que yo represento.

Pero en cuanto se convenció en Londres (a fines de 1862) de que conmigo no lograría hacer su juego, resolvió actuar como «dictador obrero» contra mí y contra el viejo partido.

A pesar de todo, yo reconocía sus méritos de agitador, si bien hacia el final de su breve carrera su agitación parecíame, incluso, cada vez más equívoca.

Su muerte súbita, la vieja amistad, las cartas de duelo de la condesa de Hatzfeldt, mi aversión a la cobarde insolencia de la prensa burguesa respecto al hombre a quien tanto había temido en vida, todo eso movióme a publicar una breve declaración contra ese miserable de Blind[*] (Hatzfeldt envió la declaración a la Nordstern[1]).

Mi declaración no se refería, para nada, al contenido de las actividades de Lassalle.

Por las mismas razones y con la esperanza de poder apartar así a elementos que me parecían peligrosos, prometí, lo mismo que Engels, colaborar en el Social-Demokrat[2] (este periódico había publicado una traducción del Manifiesto Inaugural[**] y a petición suya escribí un artículo acerca de Proudhon con motivo de su muerte[***]) y después de recibir de Schweitzer un programa satisfactorio en cuanto al trabajo de su redacción, le permití que nos anunciara como colaboradores suyos.

Además, era para nosotros una garantía que W. Liebknecht fuese miembro oficioso de la redacción.

Sin embargo, muy pronto se descubrió --las pruebas de ello cayeron en nuestras manos-- que Lassalle había, de hecho, traicionado al partido.

Había cerrado un contrato formal con Bismarck (sin que éste naturalmente le diese ninguna garantía).

A fines de septiembre de 1864 debía dirigirse a Hamburgo y allí (con el loco de Schramm y con Marr, confidente de la policía prusiana) «forzar» a Bismarck a la anexión de Schleswig-Holstein, es decir, a proclamar dicha anexión en nombre de los «obreros», etc.

En compensación, Bismarck había prometido el sufragio universal y alguna que otra charlatanería socialista.

¡Es una lástima que Lassalle no pudiera desempeñar esta comedia hasta el fin!

¡Le habría hecho aparecer en la situación más ridícula y estúpida, poniendo fin, de una vez y para siempre, a las tentativas de este género!.

Lassalle emprendió esta falsa senda porque era un Realpolitiker [político práctico] del tipo del señor Miquel, sólo que de mayor envergadura y con fines más vastos.

(Dicho sea de paso, hace tiempo he calado a Miquel tan hondo, que puedo explicarme su actitud, pues la Nationalverein[3] es un medio soberbio para que un abogadillo de Hannover pueda hacerse oír en Alemania fuera de su pequeño barrio y, elevando así la «realidad» de su propia persona, lograr de manera retroactiva ser reconocido en su terruño y desempeñar el papel del Mirabeau de Hannover bajo la protección de «Prusia».)

Lassalle quiso desempeñar el papel del marqués de Posa del proletariado con Felipe II[4] de la Marca Ukerana, reservando a Bismarck el papel de alcahuete entre él y la corona prusiana, del mismo modo que Miquel y sus actuales amigos se agarraron a la «nueva era»[5] proclamada por el príncipe regente de Prusia para incorporarse a la Nationalverein y pegarse así a la «cúspide prusiana», del mismo modo que Miquel y sus amigos han desarrollado su «orgullo ciudadano» bajo la protección de Prusia.

Lassalle no hacía más que imitar a los señores de la Nationalverein.

Pero mientras estos últimos apelaban a la «reacción» prusiana en interés de la burguesía, Lassalle estrechaba la mano a Bismarck en nombre de los intereses del proletariado.

Los señores de la Nationalverein tenían para ello más fundamento que Lassalle, por cuanto el burgués está acostumbrado a estimar cosas «reales» solamente los intereses que tiene ante sus mismas narices.

Por otra parte, de hecho esta clase ha concertado en todas partes un compromiso incluso con el feudalismo, mientras que la clase obrera, por la propia naturaleza de las cosas, debe ser sinceramente «revolucionaria».

Para un hombre tan teatralmente fatuo como Lassalle (a quien, sin embargo, no se podía sobornar con frioleras como cargos, la dignidad de burgomaestre, etc.) era muy tentadora la idea de ¡una acción directa en interés del proletariado realizada por Fernando Lassalle!

Pero, en realidad, era demasiado ignorante en cuanto a las verdaderas condiciones económicas de tal proeza para poder mantener una actitud crítica respecto a sí mismo.

Por otra parte, debido a la vil «política de realidades», en virtud de la cual la burguesía alemana había soportado la reacción de 1849-1859 y era un simple espectador del embrutecimiento del pueblo, los obreros alemanes estaban demasiado «desmoralizados» para no aclamar a este salvador charlatanesco que les ofrecía llevarles, de un solo salto, a la tierra prometida.

Bien; volvamos al grano.

Apenas fue fundado el Social-Demokrat, se vio que la vieja Hatzfeldt quería, por fin, ejecutar el «testamento» de Lassalle.

Mantenía relaciones con Bismarck por mediación de Wagener (del Kreuz-Zeitung[6]).

Puso a disposición de Bismarck el Arbeiterverein (de toda Alemania)[7], el Social-Demokrat, etc.

La anexión de Schleswig-Holstein debía ser proclamada por el Social-Demokrat y Bismarck reconocido, en general, como protector, etc.

Todo este magnífico plan se vino abajo gracias a que en Berlín, y en la redacción del Social-Demokrat, teníamos a Liebknecht.

Aunque a Engels y a mí no nos placía la redacción --el lisonjero culto de Lassalle, el coqueteo ocasional con Bismarck, etc.--, era mucho más importante por el momento, naturalmente, mantener una ligazón pública con el periódico para frustrar las intrigas de la vieja Hatzfeldt e impedir que el partido obrero se viese por completo desacreditado.

Debido a ello poníamos bonne mine à mauvais jeu[*], aunque privatim[**] escribíamos a la redacción que debía luchar contra Bismarck en la misma medida que contra los progresistas[8].

Entonces incluso tolerábamos las intrigas de Bernhard Becker --ese tonto presumido que ha tomado en serio la importancia que Lassalle le había legado en su testamento-- contra la Asociación Internacional de los Trabajadores.

Mientras tanto, los artículos del señor Schweitzer en el Social-Demokrat iban tomando un carácter cada vez más bismarckista.

Yo ya le había escrito antes que se podía intimidar a los progresistas en la «cuestión de las coaliciones»[9], pero que el Gobierno prusiano nunca y por nada del mundo accedería a abolir plenamente la ley sobre las coaliciones, pues ello abriría una brecha en el régimen de burocracia, conduciría a la concesión de derechos civiles a los obreros, a la destrucción del reglamento para los domésticos [Gesindeordnung][10], a la abolición del derecho de los nobles a apalear a los campesinos, etc., etc., abolición que Bismarck jamás permitiría y que era, además, incompatible, con el Estado burocrático prusiano.

Añadía yo que si la Cámara rechazaba la ley sobre las coaliciones, el Gobierno saldría del paso con frases (diciendo, por ejemplo, que la cuestión social exige medidas «más profundas», etc.), para mantener en vigor estas leyes.

Todo esto se confirmó.

¿Y qué hizo el señor von Schweitzer?

Escribió un artículo en favor de Bismarck y reservó todo su heroísmo para emplearlo contra magnitudes tan infinitesimales como Schulze, Faucher, etc.

Estoy persuadido de que Schweitzer y consortes obran de buena fe, pero son «políticos prácticos».

Quieren tener en cuenta las circunstancias existentes y no desean abandonar el privilegio de la «política de realidades» a Miquel y Cía.

(Estos últimos desean, por lo visto, reservarse el privilegio de colaboración con el Gobierno prusiano).

Saben que la prensa obrera y el movimiento obrero en Prusia (y por tanto en el resto de Alemania) sólo existen por la gracia de la policía.

Por ello quieren tomar las cosas tal como son, no provocar al Gobierno, etc., del mismo modo que nuestros Realpolitiker republicanos están dispuestos a «aceptar» un emperador de la casa de los Hohenzollern.

Pero como yo no soy Realpolitiker, he estimado necesario declarar públicamente, lo mismo que Engels (pronto podrá usted leer nuestra declaración en cualquier periódico), que nos negamos a seguir colaborando en el Social-Demokrat.

Esto le permitirá a usted comprender por qué en el presente no puedo hacer nada en Prusia.

El Gobierno prusiano se ha negado categóricamente a restituirme en mis derechos de ciudadanía de Prusia[11].

Se me permitiría hacer agitación en Prusia si ella revistiese formas gratas al señor von Bismarck.

Prefiero cien veces la agitación que llevo ahora a cabo a través de la Asociación Internacional.

La influencia sobre el proletariado inglés es directa y de la mayor importancia.

Ahora hacemos hincapié en el problema del sufragio universal, que aquí tiene, como es lógico, una importancia completamente distinta que en Prusia[12].

En general, los progresos de esta Asociación aquí, en París, en Bélgica, en Suiza y en Italia han superado todas nuestras esperanzas.

Sólo en Alemania se oponen a mí, como es lógico, los sucesores de Lassalle que:
1) de la forma más estúpida temen perder su influencia, y
2) saben que soy un enemigo declarado de lo que los alemanes llaman «política de realidades».
(Se trata de una «realidad» que pone a Alemania muy a la zaga de todas las naciones civilizadas.)

Como todo el que adquiere por un chelín un carnet puede ser afiliado de la Asociación, como los franceses (ditto[*] los belgas) han elegido esta forma de adhesión individual, porque la ley les prohíbe adherirse a nosotros como «asociación»; como en Alemania la situación es idéntica, he resuelto invitar a mis amigos de aquí a y mis amigos de Alemania a formar en todas partes pequeñas sociedades, no importa con qué número de afiliados, para que cada uno de éstos adquiera un carnet inglés.

Como la sociedad inglesa es legal, este método no encuentra obstáculos ni siquiera en Francia. Celebraría mucho que usted y sus amigos más cercanos establecieran, de este modo, relaciones con Londres...

Publicado por vez primera en la revista Sozialistische Ausländspolitik, núm. 18, 1918.

Se publica de acuerdo con el manuscrito. Traducido del alemán.

http://marxists.org/espanol/m-e/cartas/m23-2-65.htm

PD: A pesar de todas sus argumentaciones, el mismo Marx, se veía obligado por las circunstancias, a resolver los “problemas de Caja”.